miércoles, 27 de julio de 2011

Ocaso



Y es que el azul profundo va dejando
lugar a un abanico decreciente
de variados naranjas al poniente
que no duran más que un instante cuando

mi mente se quedó con el ocaso.
Yo quise eternizar ese momento
que dura apenas lo que dura el viento
calmo que va y viene ante mis pasos

por el camino que me lleva al centro
de esta ciudad tórrida. Aquí el estío
denso y ardiente reina sobre el frío
húmedo, breve y áspero que dentro

de unos meses va invadiendo esta tierra
que no lo quiere. Quiere el largo ocaso
de tibio sol tropical. Este ocaso
es el instante al que mi alma se aferra.

Tibio como la sangre que circula
por mis venas. Mi cuerpo lo acompaña.

Al lector sin rumbo




Solitario aprendiz desterrado
que lees recluído en la penumbra
frente al libro, una vela que te alumbra
y que te aisla. No habrás acabado

lo que iniciaste. La meta está siempre
lejos, y todo emprendimiento es una
promesa de volar hacia la luna
cuando todo acaba al comienzo. Siempre

entre los libros serás ese salvaje
alternando diagramas, verso, prosa;
y el mapa interminable, esa otra cosa
presente entre los libros: un pasaje

imaginario desde una geografía
lejana a mi cuerpo, a mis sentidos.
Sólo mi yema traza recorridos
que son consuelo ante esa fantasía

de creer que lo habré vivido todo.
En esta torre de marfil vacía
de vida sólo hay libros. Mi manía
de quedar encerrado de algún modo

me dio el don de evocarte a ti
autodidaxia pérfida que llevas a la nada