Y es que el azul profundo va dejando
lugar a un abanico decreciente
de variados naranjas al poniente
que no duran más que un instante cuando
mi mente se quedó con el ocaso.
Yo quise eternizar ese momento
que dura apenas lo que dura el viento
calmo que va y viene ante mis pasos
por el camino que me lleva al centro
de esta urbe olvidada. Aquí el estío
denso y ardiente reina sobre el frío
tímido, breve y áspero que dentro
de unos meses va invadiendo esta tierra
que no lo quiere. Quiere el largo ocaso
de tibio sol tropical. Este ocaso
es el instante al que mi alma se aferra.
Tibio como la sangre que circula
por mis venas. Mi cuerpo lo acompaña.